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Psiquiatría y antipsiquiatría

lvhiAntes del siglo XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión. Todavía a comienzos de la época clásica la locura era percibida como algo que pertenecía a las quimeras del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía por qué ser separada de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas. (…) Las prescripciones médicas eran pues casi naturalmente el viaje, el reposo, el paseo, el retiro, la ruptura con el mundo artificial y vano de la ciudad. (…)

La práctica del internamiento a comienzos del siglo XIX coincide con el momento en que la locura era percibida menos en su relación al error que en relación a la conducta regularizada y normal. En este momento la locura aparece no tanto como una perturbación del juicio cuanto como una alteración en la manera de actuar, de querer, de sentir las pasiones, de adoptar decisiones y de ser libre, en suma, ya no se inscribe tanto en el eje verdad-error-conciencia cuanto en el eje pasión-voluntad-libertad.(…)

Todas las técnicas o los procedimientos puestos en práctica en los manicomios del siglo XIX -aislamiento, interrogatorio público o privado, tratamientos-castigo tales como la ducha, los coloquios morales (para estimular o amonestar), la disciplina rigurosa, el trabajo obligatorio, las recompensas, las relaciones preferentes entre el médico y determinados enfermos, las relaciones de vasallaje, de posesión, de domesticación, y a veces de servidumbre que ligan al enfermo con el médico-, todo esto tenía como función convertir a la figura del médico en el «dueño de la locura»: el médico es quien la hace mostrarse en su verdad (cuando se oculta, permanece emboscada o silenciosa) y quien la domina, la aplaca y la disuelve, tras haberla desencadenado sabiamente. (…)

El poder médico encuentra sus garantías y sus justificaciones en los privilegios del conocimiento: el médico es competente, conoce a los enfermos y las enfermedades, detenta un saber científico que es del mismo tipo que el del químico o el del biólogo: tal es ahora el fundamento de sus intervenciones y de sus decisiones. El poder que el manicomio proporciona al psiquiatra deberá pues justificarse (y ocultarse al mismo tiempo en tanto que poder primordial) produciendo fenómenos integrables en la ciencia médica. Se comprende así la razón por la que técnica de la hipnosis y de la sugestión, el problema de la simulación, el diagnóstico diferencial entre enfermedad orgánica y enfermedad psicológica, han constituido durante tantos años (al menos desde 1860 a 1890) el centro de la práctica y de la teoría psiquiátrica.»(…)

Todas las grandes conmociones que han sacudido la psiquiatría desde finales del siglo XIX han puesto en cuestión esencialmente el poder del médico, su poder y el efecto que producía sobre el enfermo más que su saber y la verdad de lo que decía sobre la enfermedad.

Extractos del capítulo «Psiquiatría y antipsiquiatría»
LA VIDA DE LOS HOMBRES INFAMES
Michael Foucault

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Empastillad@s

Hace unos días os comentamos que estábamos haciendo públicos los trabajos seleccionados en el concurso de ideas sobre medicalización.

Le toca el turno a María Miret, periodista, que nos envía algunas reflexiones sobre las etiquetas fáciles, la escasa profundización en el mundo del paciente y la falta de imaginación que a veces nos impipde ver otra salida que los medicamentos

Este y otros temas se analizarán en el curso sobre «Medicalización de la vida cotidiana» que daremos en la 25 Escola de Salut Pûblica de Menorca. Recuerda que aún puedes inscribirte a partir de este link.

Foto presentada en el I certamen de fotografía #PolimedFest
Foto presentada en el I certamen de fotografía #PolimedFest

Me alarma la cantidad de casos que conozco últimamente de personas a las que su médico de familia receta pastillas. Me refiero a gente joven, sin graves problemas en la vida más que la habitual ansiedad por sobrecarga de trabajo, dificultad para compatibilizar las responsabilidades familiares con las laborales, angustia en definitiva propia de los tiempos que nos ha tocado vivir. Lo que me preocupa no es que se prescriban medicamentos cuando son necesarios, obviamente.

No pongo en duda la idoneidad de la medicación en casos que los profesionales consideren indispensables. Lo que pongo en duda es que, para cuestiones vitales como las anteriormente descritas, se dé por sentado que la medicación es la única solución. Me he dedicado a preguntar a todas estas amistades y colegas si además, de los antidepresivos, el médico les había planteado alguna otra alternativa. La respuesta es “no”. Es más, a ninguna de estas personas nadie más que yo les ha hablado de la respiración, de las técnicas de relajación o del yoga. Prácticas como la meditación que pueden ayudar a superar momentos de crisis existencial.

¿Qué las medicinas a veces son necesarias? Sin duda. ¿Que no siempre son el único recurso? Dejo la pregunta abierta. En noviembre 2010 escribía en mi blog “esencia” una entrada bajo el título “Empastilladas en una sociedad que nos anestesia”. En ella citaba el artículo “Mujer y psiquiatría, de la histeria a la depresión”, publicado por Diagonal en su número 135, del 14 al 27 de octubre de 2010, en el que se abordaba “el abuso de los psicofármacos” y la actual “medicalización de los trastornos”. El periódico denunciaba que vivimos en “una sociedad medicalizada” en la que el sistema sanitario “patologiza” los problemas, especialmente de las mujeres. El problema, tal y como explico ahora, no está cuando se trata de una patología que necesita un medicamento, sino cuando hablamos de “una patología que necesita un cambio vital”. Es decir, cuando detrás de una depresión hay una persona que necesita un cambio en su vida.

Tal y como hice en su momento en aquel post, rescato ahora la historia de mi amiga que, después de 8 años trabajando en una empresa como coordinadora de un equipo humano, comenzó a tener crisis de ansiedad detrás de la que se escondía también una crisis vital más profunda: de falta de sentido, de replantearse la vida tal y como la había vivido hasta entonces.
El médico de familia la remitió a una psiquiatra que enseguida le dio la baja y le recetó medicamentos. Tras unas semanas de descanso, comenzó a sentirse mejor. Así que la doctora comenzó a sugerirle la idea de volver a trabajar. Mi amiga intentó explicarle que la empresa y su puesto de trabajo en concreto eran la causa de su malestar y que, si volvía, regresaría a sentirse mal. Tenía miedo además de caer en una dependencia con la medicación. La solución que la psiquiatra encontró fue recomendarle que tomara pastillas para ir a trabajar. Ella buscó una terapeuta, negoció el despido con su empresa y dio un giro radical a su carrera y a su vida personal. Resuelta la causa, eliminada la ansiedad..