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VOY A SEGUIR HACIENDO ESTE MARAVILLOSO TRABAJO DE MIERDA SIN DEJARME NADA

caratula título y directorMe ayudé del borde superior de la rótula para decidir el punto de entrada. Introduje la aguja. El hombre, ochenta años, los últimos diez con la artrosis mordiéndole las rodillas, tensó los brazos que apoyaba en el asiento de la silla y crispó el gesto. ¿Duele?, pregunté. Buscar duele. Buscar siempre duele, masculló. Me concentré aún más en la maniobra. Quería ser rápido y capaz. No soporto hacer daño. Por fin sentí como la aguja irrumpía en la cápsula articular y, al instante, un líquido sanguinolento comenzó a fluir hacia la jeringuilla y no cesó hasta llenar tres. Sesenta centímetros cúbicos. El hombre se relajó, aliviado. Y marchó agradecido. Me acerqué a la ventana. Bastó un vistazo para entender que, a pesar de todo, lo que sucede fuera siempre es mucho más importante que lo que ocurre dentro.

Los médicos estamos solos, tan solos como lo están muchas de las personas a las que atendemos. No hablamos con nadie, ni reímos. No dudamos con nadie. No abrazamos a nadie. No nos sentimos cerca de nadie. No sabemos, no queremos, no estamos preparados para trabajar en equipo. Los halagos nos endiosan o nos desarman, las críticas nos enfurecen, otros puntos de vista nos sorprenden y nos ciegan hasta el punto de cerrar la puerta de la consulta y no ver más que pacientes durante toda la mañana, uno detrás de otro, dando (en demasiadas ocasiones) soluciones fallidas y (en el mejor de los casos) parciales a preguntas cuya respuesta desconocemos, armados con el bolígrafo que valida prescripciones y con el fonendoscopio a través del cual escuchamos ruidos ininteligibles para la mayoría de los seres humanos y también para nosotros. Hemos sustituido las palabras por las pastillas (pastillas para la memoria que no sostienen los recuerdos, pastillas para la tristeza que sólo provocan indolencia, pastillas para el miedo que no borran las dudas, pastillas para curar enfermedades que no existen, pastillas para curar enfermedades que no se van a curar… ) y el contacto humano por el frío de las pruebas diagnósticas. La sociedad está pidiendo, a veces a gritos, a veces en silencio, un cambio. Nos hace preguntas a las que nos empeñamos en responder aunque sea mintiendo. Si seguimos así, tarde o temprano dejaremos de ser necesarios y, entonces, mereceremos el destierro y el olvido.

Cierto es que el acto terapéutico requiere de un tiempo de reflexión, tanto para el médico como para el paciente, que, en la mayoría de encuentros, no nos podemos permitir. Y, sin ese tiempo, los errores, la maleficiencia y la frustración florecen sin dificultad. Pero no es (sólo) una cuestión de tiempo. Podemos estar diez, quince, cincuenta minutos con cada paciente. Si nos quedamos en eso, será tiempo malgastado, tiempo inerte. Cierta es la precariedad laboral y el desamparo en los que muchos de nosotros navegamos desde hace años, maltratados y mal tratados por políticas de gestión de recursos (humanos y materiales) tan cortoplacistas, urgentes y obtusas que no se permiten un solo minuto de creatividad. Pero no es (sólo) cuestión de gestionar profesionales y jeringuillas. Tiempo y recursos, sí; pero no sólo. Hace falta más. Hace falta un cambio de mirada, un cambio de paradigma, un cambio de preposición: entendernos con el paciente, no para el paciente, ni tan siquiera por el paciente. Hace falta ser valientes y buscar otros escenarios en los que desarrollar nuestro trabajo de un modo imaginativo, eficiente y satisfactorio para todos los actores implicados. Escenarios que están ahí fuera, que se ven desde la ventana de la consulta, donde replantearnos también nuestra relación con la naturaleza, tanto cuando nos mece como cuando nos desarbola. El mundo en que vivimos y como lo diseñamos influye en gran medida en nuestra salud.

Construyamos una atención primaria que sea más independiente de la atención secundaria (unidas hoy en día por lazos perversos en ambos sentidos (sobrediagnóstico, prescripción inducida, derivaciones defensivas, dificultades en la conciliación…)), una atención primaria que se integre en el tercer sector para poder centrarse más en las causas y no tanto en las consecuencias. Trabajemos con la dentista, con el trabajador social, con el enfermero, con el administrativo, con la auxiliar de ayuda a domicilio, con el psicólogo, con la farmacéutica (la presencia de todos ellos es tanto o más necesaria que la de los médicos en un sistema que se dice centrado en el cuidado) y con el paciente en equipos que compartan tiempos y espacios cada día. Y todos iguales en capacidad de decisión o de mando. Que todas las miradas disfruten de la misma profundidad y del mismo peso para ser capaces de acercarnos a quienes realmente nos necesitan, para invertir esa atención que la ley de Tudor Hart formula, sabedores de que la pobreza es el factor de riesgo más importante para la salud. La pobreza, como la escribe Martín Casariego, más cruel, la más extrema, la que te roba también la posibilidad de pensarte distinto. Salgamos de esas cuatro paredes donde nos sentimos cómodos e importantes. Que nos vean en las calles, en los bares, en las asociaciones, en los colegios… en todos los lugares de encuentro. Vayamos a los domicilios, el mejor contexto posible para el encuentro terapéutico porque es el lugar donde el paciente y el profesional se igualan y donde, de un plumazo, podemos encontrar, incluso en silencio, muchas de las respuestas que en la consulta nos costarían demasiadas preguntas. Usemos otras herramientas para conectarnos y para brindar apoyo, cura, cuidado: la compasión, el humor, la ternura, la comprensión, el amor, el arte, el contacto físico, las lágrimas, la risa. Seamos familiares siendo comunitarios. Y seamos uno más, con nuestra propia voz; pero igual a las otras voces. Busquemos, en definitiva, otra manera de vernos, otra manera de estar, otra manera de trabajar y otra manera de vivir. Busquemos, aunque duela.

Mientras tanto, voy a seguir haciendo este maravilloso trabajo de mierda sin dejarme nada. Hasta que me quede sin fuerzas.

Jose Manuel Garzón Hernández. Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria.

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no puedo con tantos medicamentos


Título: «No puedo con tantos medicamentos»

Directoras: Amaia Mendizabal y Elena Valverde,
Nacionalidad: España 2016
Sinopsis: El corto describe la dificultad de una paciente para entender qué medicación debe tomar, y hace una llamada a los médicos para que tengan permanentemente actualizada la hoja de tratamiento de los pacientes.

Profusión Química - David Vaquero

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Filosofía para médicos

Filosofía para médicos

«Aunque un médico pretenda que la filosofía le aburre, de hecho filosofa todo el día. En efecto, cuando razona bien practica la lógica; cuando da por descontado que los pacientes, enfermeras y farmacias existen fuera de su conciencia, practica el realismo ingenuo; cuando supone que también los genes y los virus son reales aun cuando no se los perciba, adopta el realismo científico; cuando rechaza la hipótesis de que las enfermedades son de índole y origen espirituales, suscribe una concepción naturalista del mundo; y cuando presta su ayuda aun sin tener la seguridad de cobrar, practica una filosofía moral humanista. En resumen, el médico filosofa aun sin saberlo» (Mario Bunge. Filosofía para médicos).

Filosofía para médicos es una de las últimas obras del gran físico y filósofo argentino Mario Bunge.

Primera prevención: no es un libro que enseñe medicina, ni lo pretende. Pero es un libro aconsejable tanto para sanitarios como para filósofos. Pocas obras concilian tanta oportuna adhesión profesional…

Filosofía para médicos estudia «algunos de los problemas que plantean la investigación y la práctica médicas». A saber: ¿por qué las medicinas tradicionales orientales no son eficaces? ¿Qué son las enfermedades, entes o procesos? ¿A qué se deben los errores diagnósticos? ¿Qué diferencia a la farmacología molecular de la tradicional? ¿Son imaginarios los efectos placebo? ¿Cómo superar el «punto muerto» actual en el desarrollo de psicofármacos? ¿Se puede alcanzar la salud permanente? ¿Por qué sobreviven en nuestra sociedad moderna las medicinas primitivas y tradicionales?

Bunge es un pensador máximamente realista, cientificista, materialista y sistemista. Como buen defensor del realismo científico, critica con dureza las pseudociencias (entre las que incluye el psicoanálisis y la homeopatía). Así, dirá que, a diferencia del curandero, el buen médico practica a diario todo un método filosófico:

«(1) una ontología materialista y sistémica (aunque no holista);

»(2) una gnoseología realista, escéptica y cientificista;

»(3) una praxiología científica y una ética humanista»;

y critica a todo médico que descarte las doctrinas mencionadas (por ejemplo, al homeópata, al antirrealista, al antihumanista: «la medicina debe protegerse de las políticas delictivas y de las filosofías morbosas», escribe).

Sostiene Bunge que la filosofía contribuye a la medicina científica si la abraza en «una membrana filosófica que la ayude a seguir creciendo en lugar de convertirse en dogma». Que hay «dos farmacopeas: la eficaz para ricos [científica], y la ilusoria para pobres [curanderismo]». Y que «la filosofía debiera servir a diseñar filtros capaces de separar el seudorremedio del remedio auténtico. […] Si quieres medicación, ayuda a la investigación. Y si quieres investigación, cultiva una filosofía que la promueva».

Quizá no esté de más recordarlo en estos tiempos de parva asistencia a la investigación.

Guillermo da Costa

Bibliografía:

Bunge, Mario. Filosofía para médicos, Gedisa, Barcelona, 2012.

 

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Psiquiatría y antipsiquiatría

lvhiAntes del siglo XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión. Todavía a comienzos de la época clásica la locura era percibida como algo que pertenecía a las quimeras del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía por qué ser separada de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas. (…) Las prescripciones médicas eran pues casi naturalmente el viaje, el reposo, el paseo, el retiro, la ruptura con el mundo artificial y vano de la ciudad. (…)

La práctica del internamiento a comienzos del siglo XIX coincide con el momento en que la locura era percibida menos en su relación al error que en relación a la conducta regularizada y normal. En este momento la locura aparece no tanto como una perturbación del juicio cuanto como una alteración en la manera de actuar, de querer, de sentir las pasiones, de adoptar decisiones y de ser libre, en suma, ya no se inscribe tanto en el eje verdad-error-conciencia cuanto en el eje pasión-voluntad-libertad.(…)

Todas las técnicas o los procedimientos puestos en práctica en los manicomios del siglo XIX -aislamiento, interrogatorio público o privado, tratamientos-castigo tales como la ducha, los coloquios morales (para estimular o amonestar), la disciplina rigurosa, el trabajo obligatorio, las recompensas, las relaciones preferentes entre el médico y determinados enfermos, las relaciones de vasallaje, de posesión, de domesticación, y a veces de servidumbre que ligan al enfermo con el médico-, todo esto tenía como función convertir a la figura del médico en el «dueño de la locura»: el médico es quien la hace mostrarse en su verdad (cuando se oculta, permanece emboscada o silenciosa) y quien la domina, la aplaca y la disuelve, tras haberla desencadenado sabiamente. (…)

El poder médico encuentra sus garantías y sus justificaciones en los privilegios del conocimiento: el médico es competente, conoce a los enfermos y las enfermedades, detenta un saber científico que es del mismo tipo que el del químico o el del biólogo: tal es ahora el fundamento de sus intervenciones y de sus decisiones. El poder que el manicomio proporciona al psiquiatra deberá pues justificarse (y ocultarse al mismo tiempo en tanto que poder primordial) produciendo fenómenos integrables en la ciencia médica. Se comprende así la razón por la que técnica de la hipnosis y de la sugestión, el problema de la simulación, el diagnóstico diferencial entre enfermedad orgánica y enfermedad psicológica, han constituido durante tantos años (al menos desde 1860 a 1890) el centro de la práctica y de la teoría psiquiátrica.»(…)

Todas las grandes conmociones que han sacudido la psiquiatría desde finales del siglo XIX han puesto en cuestión esencialmente el poder del médico, su poder y el efecto que producía sobre el enfermo más que su saber y la verdad de lo que decía sobre la enfermedad.

Extractos del capítulo «Psiquiatría y antipsiquiatría»
LA VIDA DE LOS HOMBRES INFAMES
Michael Foucault